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Superé la muerte pero no la enfermedad!

Hoy sería el cumpleaños #6 de Salomé y bueno, como lo he mencionado anteriormente, doy las gracias por todo lo sucedido hasta hoy, incluso, lo debo decir tajante, su muerte me ha enseñado infinitas cosas, me ha fortalecido el alma y me ha permitido aportarles un granito a quienes han tenido la amarga experiencia de perder un hijo o un ser muy querido y dar bases para que sepan cómo convivir con un duelo de una manera sana.


Ahora, la enfermedad? La enfermedad es otro cuento y tiene otra historia bien diferente. Debo decir contundentemente que lo que nosotros le pedimos al cielo y llega de otra manera, tiene una razón de ser muy poderosa. A qué me refiero? Cuando quedé embarazada, dos meses después de ver partir a mi hija, solo quería tener una niña. Lo supliqué con el corazón, no quería pensar en otra cosa y no concebía otra opción. El día que supe que quien venía era Salomón, lloré, lloré mis ojos, lloré dos días, jamás rechazando a este bebé que venía en camino, sino que de nuevo enterraba otra ilusión y así hay que hacer, exteriorizarlo. Salomón nació y a los 6 días fue internado en la UCI porque se le olvidaba respirar. Léase bien: Res-pi-rar!


Eso para mí era mi primer encuentro con la muerte después de la muerte de Salomé. Así lo sientes tú, que la muerte se vuelve tu mejor amiga y se sienta al lado tuyo a esperar, que te respira en la nuca. Son días de angustia, de incertidumbre y de preguntas una y otra vez. Gracias a Dios salimos de allí con oxígeno domiciliario pero el manejo emocional que viene con esto es un poco desgastante porque todo el tiempo revisas su saturación, revisas sus fosas nasales, tratas de oír todo el día su pecho, etc. Yo recuerdo que me metía debajo de las cobijas muchas tardes a llorar porque creía que no iba a ser capaz de sacar a mi hijo adelante. Antes de cumplir su primer año, le dio una bronquitis aguda, tuvo principios de neumonía, todo porque la niñera actuó irresponsablemente y no me avisó que se estaba enfermando. Gracias a los conocimientos que ya había adquirido hasta allí, identificamos su enfermedad a tiempo y logramos frenar su evolución, pero de nuevo se te viene el mundo encima porque además de las emociones también se te vienen recuerdos que quisieras haber borrado ya.


Dos años después por fin nace Luna, la niña que tanto anhelaba pero nació morada, desaturada y de nuevo va a parar a una UCI. Su diagnóstico era el mismo, se le olvidaba respirar.


De nuevo estoy enfrentada una semana completa al mismo panorama, al mismo terror, a sentir la muerte como el amigo que te está acompañando y te respira en la nuca. Nos dan de alta con oxígeno domiciliario y mis nervios aumentaron, respecto a mi experiencia con Salomón, un 300%. No sabía si por ser mujer sentía todo el tiempo que se me iba a ir. Cada minuto le monitoreaba su respiración y sé que esta es una práctica de la mayoría de las mamás, pero la mía venía acompañada de sentimientos muy fuertes y lo peor, negativos. Un día, la niña tosió y se ahogó, yo pensé que había sido el tetero, mi mamá me decía que era el agua del oxígeno pero yo, muy terca, al verla que seguía ahogada, le aumenté el oxígeno y no me di cuenta que el tarro donde venía el agua estaba volteado, por lo tanto al mandarle más porcentaje, terminé mandándole agua por la nariz y obvio, la ahogué más. Fueron los peores minutos de mi vida, los peores. Yo no tengo claro si la niña dejó de respirar pero estaba muy morada y pensé que se iba, yo trataba de revivirla (eso pensaba yo porque mi mamá me dice que nunca se fue) pero la volteaba boca abajo, le abría sus brazos, gritábamos, yo gritaba que buscaran al médico vecino, él entró y se quedó impávido y me dijo: yo no sé manejar un bebé! En ese momento dije muy fuerte, se salen todos! Me traté de tranquilizar porque todo el cuerpo me temblaba, la cogí y le dije "te vas a quedar conmigo", la miraba y aunque todavía estaba muy roja, la veía respirar pero muy agitada. Mientras tanto mi mamá trataba de cambiar la cánula de oxígeno por una que no tuviera agua, Julián llegó en ese momento y agilizó lo del oxígeno con mi mamá y pudimos apoyarla de nuevo. Cada minuto se veía un poco más tranquila, hasta que se recuperó. Este episodio no pasó a mayores pero mi agonía sí. Fueron 3 meses de eso, de agonía, suena muy dramático pero así los viví y por eso, desde ese día, decidí no volver a tener más hijos. Y aquí es donde concluyo que Dios sabe hacer sus cosas perfectamente porque donde me hubieran mandado una hija después de Salomé, no me quiero ni imaginar lo que yo hubiera sufrido, así he sufrido pero con Salomón aprendí mucho sobre el manejo y viví cosas muy similares que cuando las viví con Luna tuve la opción de pensar que podía tener un buen final, pero si esto me hubiera tocado inexperta, todo con la niña de nuevo, creo que hubiera terminado en un manicomio. Y bueno, creo que soy una persona humanamente incapaz de revivir lo mismo de nuevo. Ya lo enfrenté dos veces pero una tercera sería ya una mujer demasiado masoquista. No dejé de darme la oportunidad y la alegría de tener mis dos hijos conmigo pero creo que ya es suficiente, porque además no son sólo esos primeros meses, ha sido cada enfermedad que viene con ellos, que para unos papás que nunca han vivido este tipo de calamidad no es nada, es un episodio más de lo natural que viene con sus hijos, pero para mí, lo digo con toda franqueza, cada enfermedad me revuelve y revive panoramas tan negativos que termino pensando finales desastrosos. Cada día estoy mejor, cada afección en ellos es una maestría en meditación, positivismo y aceptación que me toca reforzar, y eso ha hecho que las emociones sean cada vez menos intensas, pero esto es a pasos de tortuga, y por eso tengo claro que superé la muerte pero la enfermedad aún no!


Juana Estrada Robledo.

Mamá de Salomé en el cielo y de Salomón y Luna en la tierra.

Fundación Salomé Salva una Vida


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